Rendida a Sus pies – 6 –
Salir por primera vez del
aeropuerto de Bombay constituyó para mí un fuerte shock climático y cultural.
Tenía que ir desde el Aeropuerto Internacional al de Cabotaje y tenía las indicaciones
precisas para hacerlo.
Tito había viajado un par de años
antes y me había sobrecargado de datos y detalles, pero gracias a eso
iba sorteando cada escollo, sin mayores dificultades. Lo que no sabía era que,
llegar desde la puerta de salida hasta el colectivo que me iba a trasladar, iba
a ser una lucha a brazo partido con cada uno de los cientos de changarines que me querían arrebatar la valija. Transpirando
profusamente y defendiéndola, la acarreaba con un poco de dificultad (no tenía
rueditas), desconfiando de todos y decidida a no soltarla por nada.
Finalmente, logre hacer todos los
trámites con éxito y llegué a Bangalore. Allí tenía que pernoctar una noche y,
siempre aferrada a los datos de Tito, llamé a Babú, su remissero de confianza, esperé
lo necesario hasta que llegó a buscarme, y como ya estaba oscuro, me dejó
instalada en un hotel de 3 estrellas (¡…y una de ellas fugaz!) de su familia. Acordamos
que el chofer pasaría a buscarme a las 4 am del día siguiente. Estaba tan
cansada que no tenía ánimos para discutir. Moví la cabeza de un lado a otro y
me fui a dormir… Varios años después descubrí (en otro viaje), que allí,
bambolear suavemente la cabeza de un lado a otro significa: ¡Si!
Estuve lista a las 4 am, pero el
auto no llegó hasta una hora después…
Lección número 1: No son muy atenidos a los horarios estrictos.
Lección número 1: No son muy atenidos a los horarios estrictos.
Emprendimos el trayecto que yo
considero como el más azaroso de mi vida (quizás por la falta de experiencias
previas…). El coche iba sorteando mil obstáculos, casi milagrosamente, y cuando
digo obstáculos, me refiero a personas, motos, bicicletas, vacas, semáforos
rojos, cabras, alguna gallina, camiones, perros y también un par de vías de
tren sin barreras (o quizás sí, pero no le importaban). Todos los vehículos
tocaban sus bocinas sin piedad, creando una cacofonía desafinada y muy estridente,
pero lo peor era que, para mis usos y costumbres… ¡Manejaban “contramano”! En
la India se conduce por la izquierda y prever un choque inminente a cada segundo, durante 4 hs. no solo me despabiló, aferrada de lo que podía, cantaba para mí
el Gayatri, pues pensaba: “¡Si voy a desencarnar acá, que sea cantándole a
Dios”.
No pasó nada y llegamos a salvo. Después de muchos años hoy me río recordando aquellas primeras experiencias con la cotidianidad hindú, aunque debo contarles, para ser veraz, que en otro viaje, regresando a Puttaparthi desde Whitefield, nuestro auto chocó a otro… No pasó nada, apenas un rayón, pero estuvieron discutiendo y peleando en telugu o kanada (o alguna de las lenguas locales) por más de 5 hs…. Y ahora que lo pienso, esto si fue gracioso. Los choferes de cada vehículo involucrados en el problema no hablaban el mismo idioma, es decir, se gritaban e insultaban pero (excepto por los gestos), no tenían ni idea de lo que se estaban diciendo uno al otro y, la única razón por la que tuvimos que esperar tanto fue, porque necesitaban que viniera: ¡Alguien que los tradujera entre si! Cuando eso por fin sucedió, el encargado de establecer la comunicación y (supuestamente), llegar a un acuerdo, repetía las cosas a los alaridos y tan enojado como los involucrados, hoy lo pienso y me río, pero entonces… Con Yuyi Beringola, la española con la que compartíamos el viaje, les suplicábamos que siguieran, pero, ¡no! tenían que establecer límites y responsabilidades, así, a los gritos!
No pasó nada y llegamos a salvo. Después de muchos años hoy me río recordando aquellas primeras experiencias con la cotidianidad hindú, aunque debo contarles, para ser veraz, que en otro viaje, regresando a Puttaparthi desde Whitefield, nuestro auto chocó a otro… No pasó nada, apenas un rayón, pero estuvieron discutiendo y peleando en telugu o kanada (o alguna de las lenguas locales) por más de 5 hs…. Y ahora que lo pienso, esto si fue gracioso. Los choferes de cada vehículo involucrados en el problema no hablaban el mismo idioma, es decir, se gritaban e insultaban pero (excepto por los gestos), no tenían ni idea de lo que se estaban diciendo uno al otro y, la única razón por la que tuvimos que esperar tanto fue, porque necesitaban que viniera: ¡Alguien que los tradujera entre si! Cuando eso por fin sucedió, el encargado de establecer la comunicación y (supuestamente), llegar a un acuerdo, repetía las cosas a los alaridos y tan enojado como los involucrados, hoy lo pienso y me río, pero entonces… Con Yuyi Beringola, la española con la que compartíamos el viaje, les suplicábamos que siguieran, pero, ¡no! tenían que establecer límites y responsabilidades, así, a los gritos!
Volviendo a ese primer traslado hasta el Ashram, en mi subconsciente había
imaginado que llegando a Puttaparthi,
en las cercanías de Su presencia, cruzando el primer arco de bienvenida, el
aire sería más etéreo, los colores más brillantes, creía que de manera sutil,
el “Rayo de la Felicidad” me atravesaría alejando para siempre las tristezas y
los dolores. Suponía que todas las personas estarían al borde de la
iluminación, casi levitando por las calles y probablemente, los sonidos más
armoniosos y bellos producidos por los ángeles armonizarían con nuestra
felicidad… Decir que mis expectativas eran delirantemente ingenuas es poco, nada
coincidían con lo que iba pasando. Al llegar a destino, el taxista estacionó al
lado de la librería, en el interior del Ashram y al grito de:
-
¡Hurry…
Hurry… Hurry! (¡Rápido… Rápido… Rápido…!)
Nos sacó casi a empujones del
auto (tenía “cola de paja” porque sabía que se había retrasado al ir a
buscarnos). Todos nos dimos cuenta, los alemanes con los que compartía el coche
y yo, que Swami estaba dando Darshan y, los hombres corrieron para un
lado y las mujeres hacia el otro, como pudimos, nos acercamos y al menos yo,
quedé parada en medio de la senda y el portón que llevaba a Su residencia, estaba
del lado de afuera del muro bajo que rodeaba el templo y permanecí absorta
mirando la espalda de Swami caminando al rayo del sol, por ese patio de tierra,
donde varios miles de personas, sentadas en el piso, en profundo silencio lo
veían alejarse hacia la sala de entrevistas. Él subió los 3 escalones hacia la
veranda y yo, seguía allí, paralizada como una estatua, mi corazón latía más
fuerte mientras pensaba:
-
¡Llegué… Llegué, Swami, llegué!
En ese momento, Baba se detuvo. Giró
sobre Sí mismo y mientras se balanceaba muy suavemente, de un lado a otro, a la
distancia, quedamos mirándonos a los ojos por unos segundos eternos. No me
sentía capaz de reaccionar hasta que una seva, tironeando bruscamente de mi
camisola larga me obligó a sentarme. Swami
siguió Su camino y dejé de verlo cuando entró en el templo. Recién ahí,
reaccioné y me di cuenta que las lágrimas corrían por mi rostro, mientras una gran
sonrisa contradecía mi llanto.
Estaba muy impactada y mientras
la gente empezaba a dispersarse, yo seguí parada allí, sonriendo tontamente.
Así me encontró el hijo de una amiga/devota que conocía de Bariloche. Me saludó
con alegría y juntos esperamos que su mamá se nos uniera. Amorosamente, ella
hizo casi todos los trámites para mi ingreso (yo no tenía ni mínima idea de por
dónde empezar), esto me permitiría alojarme dentro del Ashram a un precio por
demás módico. Ella también contactó a un par de argentinas que estaban
obligadas a agregar otro huésped en su room
(habitación) o debían dejarla. Me aceptaron y entre todos ayudaron a subir
el equipaje, un colchón y unas sábanas hasta el 3 piso del Round 4, donde quedaría
alojada esta primera vez.
¡Qué joven era!… Habré subido y
bajado esos tres pisos mil veces por día y no recuerdo que me costara tanto...