martes, 27 de febrero de 2018

- Rendida a Sus pies - 21 -

Corrían los últimos días del mes de marzo del año 2000. El siglo XXI y el Otoño, recién inaugurados.
Con Sofía Melo nos dirigíamos en auto hacia San Martín de los Andes, en lo que sería nuestro último viaje como integrantes del comité coordinador de la Organización Sai de Argentina. Nos habíamos comprometido a trabajar en la región Sur Oeste y visitábamos los distintos Centros y Grupos diseminados por la vasta Patagonia. De pasada, aprovechábamos la oportunidad para despedirnos y agradecer a todos los hermanos por el tiempo compartido, trabajando con auténtica vocación de servicio para la organización que lleva Su sagrado nombre. Nuestro mandato había terminado.
Queríamos llegar antes del anochecer, por eso nos apurábamos un poco en el trayecto por la estepa patagónica. Pocos kilómetros después de cruzar el puente sobre el río Collón Cura, nos llamó la atención ver que el mismo, en su zigzaguear, formaba una perfecta 'S' (…de Sathya Sai, pensé). Pese a la urgencia por llegar, acordamos frenar. Busqué la cámara fotográfica, no eran tiempos de tecnología digital, la cámara era de rollo y siempre la llevaba conmigo. Hice tres o cuatro tomas. Fue raro ya que, en un par de tomas, la cámara pareció fallar. Insistí sin entender que pasaba y, finalmente, sola volvió a funcionar correctamente. Me gustaba mucho el paisaje (Incomparable paisaje de Otoño que pinta de rojos, amarillos y ocres toda la vegetación), pero sobre todo, me encantó ver las nubes en el cielo repitiendo el dibujo del río, copiando su forma.
Llegamos a destino al anochecer, sanas y salvas. Nuestra jornada de servicio transcurrió serena y amorosamente. Nos concentramos en el trabajo, compartiendo las experiencias de los hermanos del lugar. Nos cuidaron, nos mimaron, nos dieron de comer y nos alojaron por esa noche. Al día siguiente regresamos a Bariloche cansadas, pero felices.
Algunos días después llevé el rollo a revelar.
No creo que puedan imaginar mi sorpresa, cuando vi las imágenes logradas.
El empleado del laboratorio fotográfico, que me conocía, me recibió diciendo:
- ¡Maravillosa la foto del rayo!  
Y yo muy sorprendida: 
- ¿Qué rayo…?
- ¡El rayo de luz sobre el río! – contestó él, un poco desconcertado. Rápidamente, abrí el sobre y al instante mis ojos se llenaron de lágrimas. 
Lágrimas de Emoción, de Amor, de Alegría, de Agradecimiento...
En una foto (con seguridad, aquellas tomas donde la cámara falló), las nubes en el cielo dibujaban un OM. En la otra, donde se ve la S de Sai resaltada con más claridad, la S de Swami, sobre ella digo, y con intensidad: "Un grueso rayo de luz iluminaba la inicial de Su nombre…"
Las dos sabíamos que no era la imagen que vimos cuando saqué la foto y hasta el día de hoy, me emociona pensar que eso fue un muy bello y milagroso regalo de 'despedida' de nuestro Bienamado Maestro.
Inmensa recompensa para la humilde tarea cumplida (eso sí), con amor, fidelidad y entrega.
Es mi alegría, hoy, dejar aquí una copia de la foto, para que todos podamos compartir otra manifestación de Su inmenso Amor.
Disfrutémosla en unión y paz.

JEY SAI RAM

Que todos los seres de todos los mundos seamos eternamente felices.

Silvia Corvalán

Argentina




lunes, 26 de febrero de 2018

Rendida a Sus Pies - 20 - 

De a poco y desde que se inauguró el Sai Kulwant Hall, las celebraciones de casi todos los festejos se empezaron a hacer ahí mismo, sin necesidad de mudarnos todos al Poorna Chandra.
Ya sea que vinieran las bailarinas de Thailandia o músicos de Kerala, los percusionistas de las escuelas de Zambia (África), alguna distinción especial o entrega de premios, conciertos específicos de los alumnos ¿Y por qué no?, presentaciones extraordinarias de músicos afamados, Ahora, rápidamente, se instalaban micrófonos en medio del Hall, frente al sillón de Swami y desde allí, desplegaban todas sus gracias.
Sentados en el piso, los únicos que veían bien eran: los señores sentados en la veranda, los alumnos y Swami.
Si hubiera sido en el Poorna Chandra, las actividades se hubieran desplegado en el escenario elevado, pero en el Hall nuevo no, allí todo era (siempre) a ras del suelo. En algunas ocasiones, como complemento escenográfico, levantaban paneles pintados o con motivos alegóricos, lo que hacía todavía más difícil poder entender que era lo que pasaba en el improvisado escenario. Esta era la razón por la que, a veces, esperar que el show terminara para verlo regresar a Baba caminando hacia Su residencia, podía volverse un poco tedioso e incómodo. Podían ser varias horas de espera y eso “liquidaba” todos los huesos de cualquier cuerpo.
Esa tarde, estábamos Fernanda y yo sentadas en primera fila y, aunque el espectáculo de danzas y acrobacias típicas durara “mil horas”, nos quedaríamos sentadas allí, inamovibles. Incómodas, pero inamovibles.
Desde la mitad del Hall, que era donde estábamos sentadas, al lugar designado como escenario habían unos 20 metros y no se veía nada, solo un par de cabezas, cada tanto, moviéndose de acá para allá, aunque los estudiantes, que se habían sentado enmarcando el escenario, aplaudieran entusiasmados.
Confieso que yo no estaba en uno de mis mejores días.
Me irritaba no ver NADA y mis pensamientos iban de acuerdo con mi descontento, mientras me acomodaba por acá y por allá tratando de que no se me durmieran las piernas (sentadas en primera fila no estaba permitido estirarlas hacia adelante... Aunque Swami no estuviera presente, que si lo estaba), por eso me hamacaba levemente hacia un lado, hacía el otro y si podía, un poco hacia adelante, mientras veía a Baba sonriente, disfrutando el espectáculo. Este parecía bueno, pues cada tanto, los muchachos aplaudían o exclamaban admirados.
Me dio la impresión que eran bailarines acróbatas pues, los veía girar sobre sí mismos, como si estuvieran sobre un disco o una bola, también podía ser sobre una botella.
La música, un poco aguda y estridente (para mi gusto), me parecía ligeramente desafinada, pero (¡Eso sí!) muy entusiasta. Este era el derrotero aproximado de mi pensamiento:
- Swami, no vemos nada. ¿Para q nos hiciste quedar aquí, si solo vemos un par de cabezas yendo de acá para allá?
Y así rumiaba mi fastidio, con poco entusiasmo y muy acalambrada.
El show fue inusualmente largo ya que después vinieron los saludos, un par de materializaciones para las estrellas del espectáculo, algunas fotos y... ¡No terminaba más!
Por fin culminó todo y El Señor emprendió Su camino de regreso a la residencia. Cualquier malestar se pasaba rápidamente, cuando Él desplegaba Su energía amorosa sobre todos nosotros.
Nos llenó de alegría ver que había decidido regresar por el sendero principal, donde nosotras estábamos sentadas esperando.
Venía muy sonriente, murmurando algo aquí y allá. Cuando estaba a unos cuatro metros, antes de pasar frente a nosotras, me miró y con entusiasmo casi infantil, me preguntó desde lejos:
- ¿Y... Te gus el espectáculo?
- ¡Oh, Swami! Respondí medio atragantada y bastante colorada.
- Estamos muy felices y muy agradecidas.
Lo que, en ese preciso instante, era absolutamente cierto.
- ¡Ah...! Dijo Él, y siguió caminando hacia Su casa.
Hoy no me caben dudas, estoy segura que debo haber sido la que más rezongó en “su cabeza” (si es que alguien más lo hizo), por eso vino directamente a mí, a interpelarme.

¿Saben una cosa? Siempre me arrepentí de no haber tenido el valor de decirLe:
- Estamos muy felices, Swami, pero no vimos nada del show.
Ahora que lo pienso por un segundo... Creo que Él me hubiera respondido:
- El show no era para ustedes, el show era para Mí. Ustedes vinieron y se quedaron para verme y todos lo pudieron hacer, ¿Verdad?
Y la respuesta adecuada hubiera sido:
- Si Señor, así fue... Y sinceramente, estamos muy felices y agradecidas.

Mi bochorno no terminó allí, antes de pararse, todas las mujeres a mi alrededor, me agradecían por lo que Le había respondido a Baba, pues se sentían identificadas.
Cómo podía explicarles que Swami sólo me había dado una lección, por ser tan cascarrabias? De la forma más amorosa posible me dio un tirón de orejas... Eso me recuerda otro momento en que todo parecía lo opuesto.

Era una mañana muy lluviosa y fría de Setiembre del ‘98.
Todavía vivíamos en el PH y había bajado mucho la temperatura ambiente. Por supuesto el departamentito no tenía agua caliente, no me había bañado la noche anterior y a las 6 am me daba mucho flojera pensar en tomar una ducha, además afuera llovía a cántaros. Para empeorar las cosas, nos habíamos quedado dormidas y cuando vimos la hora, Fernanda y yo, nos vestimos a toda velocidad y salimos corriendo hacia el Hall. Largamos las sandalias por ahí y como ya era muy tarde, nos dejaron entrar por la puerta del fondo, cerca del ingreso al templo. ¿La verdad? Veníamos embarradas, bastante mojadas y desacomodadas y nos sentamos donde pudimos, jadeantes.
Casi inmediatamente, como si nos hubiera estado esperando, empezó el Darshan...
Aún resoplábamos por la corrida cuando vemos que, una vez más, Swami llamaba a nuestro grupo a entrevista... ¡Por tercera vez! ¡Para nosotros era inaudito, pero vamos... No pensábamos discutir y salimos corriendo para la veranda! Nos sentamos allí, muy felices, mirándonos entre nosotros, incrédulos, pero felices, esperando que Swami viniera cuando terminara el Darshan.
Cuando Él llegó a nuestro lado nos miró y muy secamente nos preguntó:
- ¿Cntas veces van a venir a entrevista?
- Tantas veces como nos llames, Swami. Respondí yo, con mi desafortunada costumbre de replicarle al Avatar...
No se lo veía contento... Fue haciendo pasar a todos y quedé para el último, entonces mirándome con severidad me dice:
- ¡Tú, vete!
El universo estalló dentro mío... ¿Cómo...? ¿Por qué...? ¿Qué pasó?
Fue terminante y no hubo pero que valiese, ni el hecho de que mi hija estuviera adentro.
- ¡Go! (¡Vete!).
Y eso hice... Volví compungida a mi asiento pensando: “¿Por qué, por qué, por qué...?”
Me decía a mi misma: “¿Q hice?”“¿Será porque no me bañé...?” “¿Por qué?” “¡Que vergüenza, no estaba bien arreglada!”
Imaginaba todas las razones más superficiales posibles...
Quedé muy triste y ahí seguía, compungida, cuando la entrevista terminó y los vi regresar a sus lugares, muy serios, todos.
Mi hija me buscó, se sentó a mi lado, me abrazó con ternura mientras murmuraba:
- Menos mal que no fuiste... Nos retó a todos, no fue un momento muy feliz...
Me dejó pensando y dejé de sollozar por dentro.
Entre ustedes y yo, creo que aún así hubiera querido participar, sin embargo Swami no lo creyó igual y, si lo piensan bien... No debe ser nada lindo que Baba se comporte con severidad contigo. ¡Que muestre Su aspecto más "Shivaico"...!
¿Entienden la relación con la otra historia y porqué digo que se complementan?
En una, desde afuera, se veía como un mimo, un halago, sin embargo yo sabía que no era así. En la otra, aunque pareciera una situación humillante, me estaba cuidando, mucho. Aún más que nunca, si eso fuera posible.
Que El Señor siempre nos cuide, en el huequito de Sus manos. ¡A todos!
Y, es mi mejor deseo para todos ustedes, que sean capaces de darse cuenta que así es.



domingo, 25 de febrero de 2018

Rendida a Sus pies - 19 -

RELATOS/ SATSANG

Esta historia no va a ser muy larga, aunque hay algo que quiero advertirles. ¿Ustedes ya se han dado cuenta que en presencia de Swami, mis lágrimas brotan con facilidad, no? Hoy no va a ser la excepción.
Si me explayara en el relato debería explicarles acerca de como, o porqué, estaba tan triste en esos días, tan angustiada, deprimida y no quisiera hacer eso, pero así era como me sentía. Triste y deprimida.
Trabajaba en una farmacia, en la caja y fue una de las pocas etapas laborales de mi vida en que sentí que lo que hacía era una tortura, pero era un trabajo y lo necesitaba.
Cada día y cada noche me auto-indagaba y le preguntaba a Swami, cual era la lección que tenía que aprender allí y:
- Por favor, que la aprenda rápido. ¡Porque no lo soporto más!
Fue un tiempo convulsionado para mí y hoy, mirando atrás, me doy cuenta que también tengo que estar agradecida por esos dos años en ese puesto. Les debo un reconocimiento y por difícil que me pareciera entonces, también fue útil. Me sirvió, como mínimo, para identificar claramente cuales eran las cosas que NO quería volver a hacer... ¡Por eso, y/o por todo, gracias!
Volvamos a la historia después de esta catarsis.
Era mediodía y había recibido una horrible noticia.
Lloraba desconsolada, tenía las mejillas y los ojos rojos e hinchados. Moqueaba, sollozaba sin pausa y se hacía la hora de volver al trabajo... ¿En esas condiciones?
Llegué a pensar en dar “parte de enferma” pues, si te duele la cabeza, el oído o el estómago, todos aceptan que estás enferma (¡Ni hablar si lo que padecés es diarrea!) pero si uno llega a decir que lo que te “duele” es el alma o un corazón roto, te mirarán despectivamente, desestimarán tu explicación y te obligarán a volver a tu puesto de trabajo ¿O no?
Así estaba, argumentándome a mí misma, vacilante. Me lavé mucho la cara con agua fría, me pasé hielo (un ratito) sobre los párpados y, a regañadientes, decidí ir a ocupar mi lugar en la caja y cumplir con mi obligación laboral.
Cuando llegué todos preguntaban:
- ¿Qué te pasó?
- Nada... Nada... No me siento bien, nada más.
El intercambio con la gente de a poco me hizo sentir mejor . Me ayudó a “salir” del pozo de angustia y auto compasión.
Venía cumpliendo mi tarea sin altibajos, cuando se acerca a pagar una señora que había conocido muy recientemente en el Centro Sai.
Pertenecía a una familia de esquiadores muy reconocidos en el pueblo y ella, había participado en un par de reuniones de cantos, venía muy sonriente con un paquete en las manos. Nos saludamos, afectuosamente, y me comentó:
- Vengo de la Librería, acabo de comprarme un libro sobre Sai Baba.
Le respondí con un apagado:
- ¡Ah...! ¿Si...? ¿¡Puedo ver...!? Necesito un consejo.
Ella me pasó su reciente adquisición. Vi que era uno de los varios escrito por Howard Murphet, antiguo devoto australiano, donde contaba sus muy tempranas experiencias a los pies de Swami.
Mientras lo sacaba de su envoltorio pensaba:
- Por favor, Baba, ayudame a encontrar una respuesta. Algo que me consuele.
Empecé a hacer correr las páginas, y me detuve abruptamente en una al azar, el primer párrafo que leí decía, literalmente:
“Las únicas lágrimas que merecen ser derramadas, son las lágrimas por Dios.”
¡Oh...! ¿Ustedes lo pueden creer?
Ahora sí, pero en ese momento miraba el libro atónita, paralizada.
No podía (ni quería) explicarle a la dueña del mismo, lo que me pasaba, pero no me resultó nada fácil salir de mi asombro y agradecimiento a Dios.

¡¿No creen que fue una respuesta rápida y contundente!?

- Swami amado, desde entonces he sido mucho más selectiva con las razones por las que vale la pena llorar, si es que aún lo hiciera, pero...
No he podido evitarlo y Vos lo sabés...
Lloré (y todavía lloro) muy, muy, mucho desde que dejaste Tu cuerpo, en Prasanthi Nilayam.
Mi nostalgia va mucho más allá de cualquier explicación racional o posibilidad de consuelo.
Aún extraño, muy hondamente, todo aquello que yo vivía como, auténtica CERCANÍA.
Yo sé (¡De verdad... Lo sé!) que hoy y ahora, estás aquí, Tu Amor por mí es real, palpable, constante y eso me hace muy feliz.
Sin embargo... Cuanto añoro... Cuanto me hace falta tu dulce mirada, tu irresistible sonrisa.
Claramente no estoy “superada”, todo lo contrario. Soy un buen ejemplo de lo que significa vivir sumergida en la Maya. ¿Verdad?
¿Qué puedo hacer? Sigue siendo así. Quizás logre superarlo en mi próxima encarnación, durante la Era Dorada, cerca de Prema...

Swami estás aquí... Tan cierto como el aire que respiro... Tan cierto como la mañana se levanta, tan cierto como que Le hablo y Él me puede oír...”

Con este bhajan empecé hoy mi mañana.
- Rendida a Sus pies - 18 -

Hacía unos meses que estaba en India y había pasado por situaciones maravillosas, diría que mágicas, pero eso se puede mal interpretar ya que estoy convencida que no tienen nada de mágico, si de milagroso.
Preferiría llamarlas: Iluminadoras.
Varias entrevistas, un par de materializaciones, los festejos de Navidad, donde me permitieron cantar sola, una oración en español creada en Bariloche. Circunstancias extraordinarias, TODAS!
Era Enero y nos aproximábamos a una festividad muy importante para los locales. Las festividad de las cosechas: Pongal Sankranti.

Pongal Sankranti:
"Es el mes de las cosechas, y si estas han sido buenas se celebran con cánticos, bailes y danzas. En el sur de India se celebra el inicio de ‘Pongal’ durante 3 días seguidos, donde se cocina arroz recién cosechado y se organiza la procesión del ganado. Depende de la zona a esta festividad se le conoce de una manera u otra: en Asam se le conoce por ‘Bhogali Bihu’ y por ‘Makar Sankranti’ en el resto del país."

Después de tanto tiempo, ya me había dado cuenta que todas las festividades tradicionales de India, se celebraban solemne, rigurosa y puntualmente en el pueblo de Puttaparthi y adentro del Ashram, también.
Esta vez no sería una excepción y ya habían llegado enormes cantidades de devotos y pobladores de localidades vecinas.
Este festival dura tres días y, uno de los festejos se llevó a cabo en el Poorna Chandra. Cuando se abrieron las puertas, todas las delgadas y (aparentemente), frágiles mujeres hindúes, se lanzaron en estampida para entrar, más rápido y veloces tratando de ocupar los mejores lugares antes que nadie. Creo que es razonable dejarle esos días los mejores espacios pues, aunque vivan relativamente cerca, no pueden (ni remotamente) venir con frecuencia y, para algunas de ellas esa iba a ser la primera y única vez en esta vida... Lo entiendo (ahora), pero en ese entonces, me tomaron por sorpresa pues estaba esperando entrar, sentada al lado de uno de los portones, apoyada en una columna, cuando abrieron las puertas. A duras penas pude pararme, y de repente, me encontré en medio de una avalancha descontrolada, de mujercitas que me arrastraban mientras pugnaban por entrar, desesperadas. Empezaron a aplastarme contra una de las columnas, más, y más. Me faltaba el aire... No podía inhalar y nadie se daba cuenta en el fervor por avanzar.
Solo invocar a Swami en ese momento, casi desmayada, me dio la fuerza necesaria para poder empujarlas un poco y recuperar el color y el aire.
Al día siguiente seguían los festejos, era la culminación y (muy sabiamente), decidí “tomarme la vida con calma”... El lugar que me tocase, ese era el lugar que Swami tenía destinado para mí y esta convicción auténtica, muy profunda y sincera me ayudaron a decidir que quería fluir en Su voluntad.
Sabía que habría un desfile con carrozas y adornos alegóricos ya que, caminando por las silenciosas callecitas del Ashram había visto un par de ellas donde las personas a cargo trabajaban denodadamente hasta dejarlas, perfectas. Girasoles, hojas de banano, brazadas de espigas, soles de telgopor y, siempre, una foto o imagen de Swami.
Con calma y en la convicción de que mi lugar sería el que Baba destinaba para mí, aunque fuera el último, elegí sentarme al fondo de una fila, allí al menos, esperaba bajo la sombra del árbol neem.
Empezaron a entrar al compound (todavía no habían construido el Hall) como un aluvión incontenible y veía pasar una tras otras todos las filas y, la que yo había elegido para sentarme, fue la última de todas...
- No importa, pensaba, ellas hoy, se merecen el mejor lugar y si no queda espacio adentro (ya no quedaba ni un huequito libre), esperaré afuera. Mañana se habrán ido y volveremos a nuestra feliz cercanía.
Así, con una serena sonrisa, fui avanzando y apenas cruzaba el portón de ingreso, la Mataji, señora muy distinguida a cargo de la organización y disciplina allí adentro, me toma por un brazo y me ordena (un poco confusamente, para mi poca capacidad de comprensión):
- ¡Here, here! (¡Aquí, aquí!) y me obliga a sentarme.
Para hacerla corta, como era la ante última en entrar, el espacio y capacidad ya estaba completamente colmado, ella “inventó” una nueva fila, adelante de las que ya se habían formado, y terminé sentada en primera fila, a diez metros del portón de ingreso, por donde llegaría Swami y pasarían todas las carrozas. Yo tenía el asombro reflejado en mi rostro... Me parecía increíble y disfruté como nunca, el lugar “regalado” por Baba. ¿O a ustedes les cabe alguna duda que fue Su mano obrando? A mi no, sobre todo, porque cuando salió de Su casa rumbo a la veranda, vino en línea recta hasta donde estaba, y mientras avanzaba muy sonriente, acercándose a mi, lo juro...
¡Me hizo un guiño con Su ojo izquierdo!
Para ser muy sincera y mal que me pese, nunca antes, pero tampoco después, he podido mantener esa actitud, esa emoción y esa desapegada entrega a Su voluntad como logré ese día, y créanme, fue:
¡MARAVILLOSO!
El desfile fue muy simple pero muy emocionante. Por un lado no podía dejar de pensar en el guiño de Swami pero por el otro, la devoción maravillosa de toda esa gente ofreciendo lo mejor que tenían con entusiasmo y verdadero amor, era también, muy conmovedora.
Hubieron muchas cosas como esas que no dimensioné bien en el momento que ocurrieron, pero fueron dejando un importante “efecto residual” en mi. Como el invisible “Rayo de la Felicidad” que me impactó sin darme cuenta ¿Lo recuerdan? Todas fueron experiencias transformadoras de vida, puliendo mi alma y enseñándome a valorar, profundamente, cosas aparentemente tan simples como:
Un guiño cómplice en los ojos del Avatar de la Era...
Ni más, ni menos.

sábado, 24 de febrero de 2018

- Rendida a Sus pies - 17 -

Es un enorme privilegio ser testigo de milagros y maravillas.
A lo largo de los años he visto tantas cosas extraordinarias... Sin embargo, creo que la lección más importante de mi vida, fue un episodio en particular.
Había terminado el Darshan y Swami había invitado a entrevista personal a un grupo numeroso de hindúes. Tienen que haber sido muy valiosos, porque realmente eran demasiados, para el pequeño espacio de la salita contigua al templo. Para hacer más azarosa la situación, vi como se dirigieron hacia allí otros dos hombres, ambos en sillas de ruedas.
El corazón me latía muy fuerte...
- Por favor, Señor, que puedan entrar los dos - suplicaba en silencio.
Había visto en un par de oportunidades, que no había permitido el ingreso de alguna persona en silla de ruedas (¡Imagínense dos!), y si bien esa negativa tenía más relación con el Karma personal de los involucrados, que con la silla en sí, personalmente prefería que no dejara a nadie afuera.
¡Si, gracias Señor, entraron todos! Como siempre, me quedé sentada en el Hall, atenta a los movimientos de la veranda. Así estaba cuando pasada una hora, veo que los invitados empiezan a retirarse.
No me había dado cuenta antes, pero una de las sillas de ruedas estaba ocupada por un residente del Ashram, que trabaja en la parte de Administración (alguien me había contado que quedó paralizado después de un accidente de autos, hacía muchos años). Era común verlo a Swami, durante el Darshan, dirigirse hasta el costado donde él solía esperarle y saludarlo con confianza y afecto... Más de una vez, golpeándole un hombro afectuosamente  le ha preguntado:
- ¿Como estás, hijo? Mientras mantenían un breve diálogo.
Esta vez, también lo había llamado a entrevista y, cuando lo vi salir, me di cuenta que llevaba un reloj en su muñeca, que brillaba notablemente y que (suponía yo), Swami acababa de materializar para él.
Cabalmente le demostraba, una y otra vez, que era un “hijo dilecto”.
Bien, lo vimos salir con lo que parecía un reloj nuevo, de oro, y a continuación, lentamente, fueron yéndose todos los integrantes de la numerosa familia. Por último salió el señor mayor, al que habían traído en la otra silla de ruedas.
Alguien la empujaba y estaban a mitad de la veranda cuando Swami los hizo detener. Se acerca al anciano y le golpeo las piernas dos o tres veces cada una, luego le tendió Su mano y le pidió que CAMINARA  (los otros afortunados espectadores del hecho y yo, entendíamos la escena por los gestos, mientras las lágrimas nos caían en torrentes), el viejito vacilaba... ¿Y cómo no? Pensaba yo. Más tarde me contaron que hacía cerca de doce años que había quedado en esa situación,  también, después de un accidente.
Baba insistía enérgicamente y él, tembloroso, se aferró de Su mano, mientras empezaba a pararse.
¡No podía creer lo extraordinario de la situación!
Me pareció que se aferraba a un bastón, pero Swami le indicó a los parientes (que estaban igual de sorprendidos que nosotros), que no. ¡Bastón, no! Finalmente de pie, lo conminaba a caminar. Lo vi dar un par de pasos, recién ahí, Baba le indicó a los familiares que lo acompañaran y sostuvieran, pero él, ese día se fue caminando del Ashram.
Hace muy poco tiempo atrás, encontré de “causalidad” un pequeño video que muestra esta escena. Acá lo pueden ver:

https://youtu.be/VKyBdMmMDqE

Sentada allí, deslumbrada y conmovida, entendí algo trascendental.
El otro hombre en sillas de ruedas, que pertenecía al staff del Ashram, llegó y se fue en su silla de ruedas.
Acabábamos de ver un milagro... Swami hizo caminar a un paralítico y, sin embargo, aún cuando Swami le demostró siempre mucho amor, él todavía estaba sentado allí, en su silla. No se porque, pero fuera lo que fuera que tuvieran que superar en la vida, acompañado por su entorno familiar, para mí fue evidente que a todos ellos, aún les quedaban “asignaturas pendientes”.
Por el contrario, el anciano al que ayudó, al que después de tanto tiempo le permitió volver a caminar pues, no solo él... Toda la familia, todos en conjunto había logrado superar, con éxito, esa etapa.
Ese día, realmente, me di cuenta qué, justamente por AMOR, el Señor nos acompaña y sostiene en el lugar en el que estamos hasta que la lección que se origina y desprende de cualquier hecho, ha sido aprendida... Es solo por Su amor por nosotros por lo que nos lleva a transitar determinados senderos de la vida, mientras nos acercamos a Él.
Con la certeza de Su amor y compañía en cada paso, solo me queda preguntarme sincera y profundamente:

- ¿Qué me falta, Señor?

No fue la única vez que vi a alguien, volver a caminar.
Estábamos en el Ashram de Whitefield. Durante el Darshan de la tarde, Swami se acercó a un señor (creo que de origen australiano) que estaba sentado en el costado, donde se ubica a aquellos con necesidades especiales, como por ejemplo, una silla de ruedas.
Desde donde yo estaba sentada, no alcanzaba a ver bien la escena pero sí, que mantenía una breve conversación con este señor. Pude ver como lo golpea suavemente de un lado y del otro y de repente un “¡Oh...!” de puro asombro surgió desde aquel lugar. Swami lo había hecho parar y caminar unos pasos... Baba siguió andando entre los devotos y en el momento que el Darshan terminó, me fui directo a la Administración, pues era hora de renovar mi alojamiento. Ya no pensaba en el milagro recién presenciado. Empezaba a explicarle al amable señor a cargo, qué era lo que necesitaba, cuando lo veo sobresaltarse, pararse a toda velocidad y correr hasta la puerta. Se quedó allí, estupefacto, por unos segundos... luego, regresó a cumplir sus funciones. Pude entender lo que había sucedido, solo cuando me di cuenta, que la persona que acabábamos de ver pasar caminando ágilmente, era el señor australiano que media hora antes, solo se movía en silla de ruedas. ¡Y el administrador lo sabía!