miércoles, 7 de febrero de 2018

 - Rendida a Sus pies – 11 -

Creo que fue en mi segundo viaje cuando me quedé seis meses viviendo en India.
No lograba acomodarme emocional ni energéticamente, y el único lugar donde podía decir que era feliz, era en el Ashram; en Prasanthi Nilayam, disfrutando de Su cercanía.
De una u otra forma, organicé todas mis cosas y partí.
Ese año fue la primera vez que participé en el Concierto Coral de Navidad que se festejaba siguiendo tradiciones occidentales, cantando villancicos, pero haciendo hincapié en una verdadera celebración espiritual, y esa idea me encantaba.
Una amiga muy querida, Anita María, me regaló una agenda para que fuera escribiendo mis experiencias, así no las olvidaría, dijo ella, y tenía razón.
En esa época, podíamos ingresar al compound, con un almohadón o dos para estar más cómodos, un monedero y algún libro o diario para tomar notas.
De vez en cuando, también podíamos llevar una bandeja con caramelos (sobre todo si era día de cumpleaños), o los elementos necesarios para realizar una puja, con el tiempo hice todas esas cosas... Ya les contaré.
En esos días, estábamos en Puttaparthi y no había demasiada gente dando vueltas por el Ashram. Tampoco eran muy numerosas las filas para entrar a Darshan. El clima era amable, no hacía demasiado calor y el cielo estaba totalmente despejado.
Ese día, en particular, cuando Swami regresó al edificio grande, donde está el templo y la pequeña habitación donde recibía a Sus invitados, después de caminar entre la gente, llamó a un grupo de personas para una entrevista privada. Eso, para mí, siempre fue una alegría compartida. Quedaba alerta para regocijarme con ellos ya que, cuando la entrevista terminaba y regresaban a sus grupos, viendo la felicidad de sus caras, se me contagiaban sus sonrisas. Me gustaba mucho sentarme casi frente a la puerta del Mandir (Templo) ya que desde allí, tenía un plano bastante despejado de lo que sucedía en la veranda y no perdía detalles del ir y venir de Swami, mientras tanto, veía como en su interior empezaban a juntarse, de a poco, los estudiantes y bastoneros encargados de liderar los Bhajans (cantos devocionales), que se repetían puntual y exactamente, todos los días, mañana y tarde, siempre a la misma hora.
Para ese entonces, habían hecho mejoras en el patio, lo habían cubierto con una capa de cemento. Una sucesión de terracitas elevadas rodeaban el compaund en todo su perímetro. Todas estaban cubiertas con un techo individual y habían dejado espacios entre una y otra, para que crecieran plantas o alguna palmera. Del lado de afuera, a un costado, se encontraban dos grandes árboles de neem, cuya sombra nos disputábamos los días de mucho calor y eran el feliz refugio de varias aves, incluyendo un par de águilas que solían sobrevolar, encima de nuestras cabezas, muy de vez en cuando.
Entre una actividad y otra, me gustaba quedarme sentada al borde de las terracitas (lugar por demás requerido entre todas las concurrentes), para poder bajar las piernas o bien, al fondo de las mismas, para apoyar la espalda en la pared y dejarla descansar un poco.
Allí estaba sentada, al fondo, escribiendo en el diario y también, una carta para mi familia, tratando de describirles tan profundas experiencias, cuando me di cuenta que la entrevista había terminado y los invitados se retiraban emocionados, felices, llorosos y, además, me pareció ver el brillo de una  nueva materialización en manos de una de las señoras. Siempre me ha parecido que las joyas recién materializado por Swami tiene un brillo particular e intenso. Miraba irse a estas personas, tan contentas, cuando repentinamente… En ese monólogo constante  que mantenía con El Señor en mi interior, un pensamiento surgió con fuerzas, mientras veía a Baba ir de acá para allá, escuchando a unos, indicándole a otros, moviéndose por la veranda, me  congratulé conmigo misma por lo afortunada que había sido…
Tenía la certeza de no haber necesitado manifestaciones poderosas de Su Divinidad para creer en Él. Siempre había tenido una convicción interior que me había llevado a buscar o investigar pero, con confianza, sin miedos, y muy en el fondo de mí, con una conmovedora seguridad: "Es Él… Si Lo es."
Seguía viendo como Swami hablaba con estos y aquellos, cuando recordé una historia que me habían contado años antes… Era la de un devoto argentino que lo ponía a prueba, una y otra vez, para: "Creer en Él".
Si ahora te tocás el pelo, voy a creer en Vos…
Y Swami lo hacía, se acomodaba el pelo…
Debe ser casualidad. (Desconfiaba este hombre y volvía a la carga).
Si ahora te rascás la nariz, voy a creer que Sos Dios. Redoblaba su desafío.
Y Swami lo hacía, era un Juego Divino… Un Lila divertido.
El muchacho seguía dudando y por último, le pidió que le hablara en español y cuando Swami se acercó a él y Le dijo, en perfecto español:
¿Cómo estás, hijo?
La felicidad, incontenible, desbordó en lágrimas que corrieron por su cara, ya sin más dudas.
En todo esto pensaba, durante esos breves minutos de alegres remembranzas, agradecida de mi plena fe y confianza, cuando también vino a mi memoria, el descabellado pedido del esposo de Diane Baskin, que quería un arcoíris. ¿Lo recuerdan?
De manera jocosa, tan loco (e inalcanzable) como si hubiera pedido una estrella, pensé, sumergida en el juego:
Swami, a mí también me encantan los arcoíris… ¡Señor, yo quiero uno para mí!
 Era una broma, lisa y llanamente, una broma. No era mi intención desafiarlo, ni remotamente. Como si al pasar frente a una joyería muy costosa dijéramos:
Oye tú… Quiero ese reloj… O ese collar…
Solo una expresión de deseo, pero sin ninguna, ninguna expectativa al respecto.
Swami regresó a la sala de entrevistas y yo a mi carta. En eso estaba concentrada, cuando escucho a mis vecinas de asiento, las que estaban sentadas en el borde exterior de la terraza, hablabando entre ellas.
Qué raro, pensé.
En ese lugar, el silencio total es una norma excepcionalmente trasgredida.
Las miré, vi que señalaban hacia el cielo pero dije para mí:
Deben ser las águilas que andan por ahí, y volví a mi carta.
Escuchaba que su diálogo continuaba, era muy inusual. Ellas cada vez elevaban más el tono de sus voces cuando, en una mágica fracción de segundo, alcancé a escuchar que una le decía a la otra:
Rainbow! (Arcoíris)
Como el techo de la terracita no me dejaba ver el cielo, me corrí hacia un costado y al agacharme, entre las ramas de la palmera, exactamente sobre mi cabeza, había un arcoíris, el más hermoso, más pequeño y más brillante que vi en mi vida…
Y lo mejor de todo… ¡Era mío!
El Señor hace siempre todo de manera perfecta. En ese momento, se las ingenió para que, pese al lugar donde estaba sentada, pudiera disfrutar de la manifestación de Su poder… Se puede llorar de felicidad, de alegría y agradecimiento. Sé que se puede.
Una última acotación, nunca había visto un arcoíris antes, en ese pueblo de clima tan seco y jamás volví a ver otro, nunca, jamás, con tantos regresos como hice.



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