sábado, 24 de febrero de 2018

- Rendida a Sus pies - 17 -

Es un enorme privilegio ser testigo de milagros y maravillas.
A lo largo de los años he visto tantas cosas extraordinarias... Sin embargo, creo que la lección más importante de mi vida, fue un episodio en particular.
Había terminado el Darshan y Swami había invitado a entrevista personal a un grupo numeroso de hindúes. Tienen que haber sido muy valiosos, porque realmente eran demasiados, para el pequeño espacio de la salita contigua al templo. Para hacer más azarosa la situación, vi como se dirigieron hacia allí otros dos hombres, ambos en sillas de ruedas.
El corazón me latía muy fuerte...
- Por favor, Señor, que puedan entrar los dos - suplicaba en silencio.
Había visto en un par de oportunidades, que no había permitido el ingreso de alguna persona en silla de ruedas (¡Imagínense dos!), y si bien esa negativa tenía más relación con el Karma personal de los involucrados, que con la silla en sí, personalmente prefería que no dejara a nadie afuera.
¡Si, gracias Señor, entraron todos! Como siempre, me quedé sentada en el Hall, atenta a los movimientos de la veranda. Así estaba cuando pasada una hora, veo que los invitados empiezan a retirarse.
No me había dado cuenta antes, pero una de las sillas de ruedas estaba ocupada por un residente del Ashram, que trabaja en la parte de Administración (alguien me había contado que quedó paralizado después de un accidente de autos, hacía muchos años). Era común verlo a Swami, durante el Darshan, dirigirse hasta el costado donde él solía esperarle y saludarlo con confianza y afecto... Más de una vez, golpeándole un hombro afectuosamente  le ha preguntado:
- ¿Como estás, hijo? Mientras mantenían un breve diálogo.
Esta vez, también lo había llamado a entrevista y, cuando lo vi salir, me di cuenta que llevaba un reloj en su muñeca, que brillaba notablemente y que (suponía yo), Swami acababa de materializar para él.
Cabalmente le demostraba, una y otra vez, que era un “hijo dilecto”.
Bien, lo vimos salir con lo que parecía un reloj nuevo, de oro, y a continuación, lentamente, fueron yéndose todos los integrantes de la numerosa familia. Por último salió el señor mayor, al que habían traído en la otra silla de ruedas.
Alguien la empujaba y estaban a mitad de la veranda cuando Swami los hizo detener. Se acerca al anciano y le golpeo las piernas dos o tres veces cada una, luego le tendió Su mano y le pidió que CAMINARA  (los otros afortunados espectadores del hecho y yo, entendíamos la escena por los gestos, mientras las lágrimas nos caían en torrentes), el viejito vacilaba... ¿Y cómo no? Pensaba yo. Más tarde me contaron que hacía cerca de doce años que había quedado en esa situación,  también, después de un accidente.
Baba insistía enérgicamente y él, tembloroso, se aferró de Su mano, mientras empezaba a pararse.
¡No podía creer lo extraordinario de la situación!
Me pareció que se aferraba a un bastón, pero Swami le indicó a los parientes (que estaban igual de sorprendidos que nosotros), que no. ¡Bastón, no! Finalmente de pie, lo conminaba a caminar. Lo vi dar un par de pasos, recién ahí, Baba le indicó a los familiares que lo acompañaran y sostuvieran, pero él, ese día se fue caminando del Ashram.
Hace muy poco tiempo atrás, encontré de “causalidad” un pequeño video que muestra esta escena. Acá lo pueden ver:

https://youtu.be/VKyBdMmMDqE

Sentada allí, deslumbrada y conmovida, entendí algo trascendental.
El otro hombre en sillas de ruedas, que pertenecía al staff del Ashram, llegó y se fue en su silla de ruedas.
Acabábamos de ver un milagro... Swami hizo caminar a un paralítico y, sin embargo, aún cuando Swami le demostró siempre mucho amor, él todavía estaba sentado allí, en su silla. No se porque, pero fuera lo que fuera que tuvieran que superar en la vida, acompañado por su entorno familiar, para mí fue evidente que a todos ellos, aún les quedaban “asignaturas pendientes”.
Por el contrario, el anciano al que ayudó, al que después de tanto tiempo le permitió volver a caminar pues, no solo él... Toda la familia, todos en conjunto había logrado superar, con éxito, esa etapa.
Ese día, realmente, me di cuenta qué, justamente por AMOR, el Señor nos acompaña y sostiene en el lugar en el que estamos hasta que la lección que se origina y desprende de cualquier hecho, ha sido aprendida... Es solo por Su amor por nosotros por lo que nos lleva a transitar determinados senderos de la vida, mientras nos acercamos a Él.
Con la certeza de Su amor y compañía en cada paso, solo me queda preguntarme sincera y profundamente:

- ¿Qué me falta, Señor?

No fue la única vez que vi a alguien, volver a caminar.
Estábamos en el Ashram de Whitefield. Durante el Darshan de la tarde, Swami se acercó a un señor (creo que de origen australiano) que estaba sentado en el costado, donde se ubica a aquellos con necesidades especiales, como por ejemplo, una silla de ruedas.
Desde donde yo estaba sentada, no alcanzaba a ver bien la escena pero sí, que mantenía una breve conversación con este señor. Pude ver como lo golpea suavemente de un lado y del otro y de repente un “¡Oh...!” de puro asombro surgió desde aquel lugar. Swami lo había hecho parar y caminar unos pasos... Baba siguió andando entre los devotos y en el momento que el Darshan terminó, me fui directo a la Administración, pues era hora de renovar mi alojamiento. Ya no pensaba en el milagro recién presenciado. Empezaba a explicarle al amable señor a cargo, qué era lo que necesitaba, cuando lo veo sobresaltarse, pararse a toda velocidad y correr hasta la puerta. Se quedó allí, estupefacto, por unos segundos... luego, regresó a cumplir sus funciones. Pude entender lo que había sucedido, solo cuando me di cuenta, que la persona que acabábamos de ver pasar caminando ágilmente, era el señor australiano que media hora antes, solo se movía en silla de ruedas. ¡Y el administrador lo sabía!




No hay comentarios:

Publicar un comentario