viernes, 2 de febrero de 2018

- Rendida a Sus pies – 8 –

No estoy segura si les ha quedado claro, hasta ahora, que mi intención más sutil y profunda ha sido poder mostrarles cómo, solo hay que estar atentos para poder "ver" obrar a nuestro Maestro (No importa con que nombre le llamen a Dios), Él estará siempre, permanentemente, a nuestro alrededor, consolándonos, sosteniéndonos, concesivo y generoso con nuestros pedidos, algunos tan mínimos, pero necesarios, para que prestemos atención (¡Por fin!) a lo que Él vino a decirnos y sabe, que es lo mejor para nosotros.
Recién empezaba noviembre y nos acercábamos al Akhanda Bhajanes.
("Akhanda Bhajan tuvo su origen en 1945. Fue la iniciativa de un grupo de ocho familias de Bangalore. Tras la culminación de los objetivos propuestos, y después de un año de sostener estas sesiones de bhajans cada jueves y que se habían practicado regularmente desde 1944, mientras duró la Segunda Guerra Mundial, este grupo de ocho familias se presentó ante Swami, en Puttaparthi en busca de Su aprobación para seguir entonando bhajans todas las semanas. Bhagavan que es El Visionario Divino bendijo al grupo, elogió la idea de cantar bhajans y lo llamó: Akhanda BhajanSathya Sai Baba incluso prometió al grupo, que Él mismo bendeciría estos cantos,  con su presencia física. Este gran ejercicio espiritual ha estado sucediendo ininterrumpidamente desde entonces y después de los años transcurridos hemos sido afortunados de contar con la presencia física de Bhagavan durante estas ocasiones.") Copiado y traducido por mí de: Organización Sai de Karnataka.
Estaba sentada frente al Templo y tenía la intención de quedarme cantando el mayor tiempo posible, aunque pensaba (estaba segura), que no iba a resistir las 24 horas propuestas. (Se interpreta la palabra Akhanda como una actividad o práctica continua o ininterrumpida, vendría a ser como la interpretación ininterrumpida de cantos devocionales, en este caso por 24 horas consecutivas.)
Me había quedado en el compound esperando que iniciaran los cantos, cuando veo acercarse a mi amada hermanita en Sai, Amelia (Titi) Mitchell. Ella, generalmente luce una enorme y contagiosa sonrisa en su cara, pero esta vez, se acercó a mí bastante seria. Me llenó de alegría verla y, si bien sabía que viajaría, no estaba segura sobre la fecha de su arribo, por eso yo manifestaba alegría y asombro al mismo tiempo.
Titi se sentó a mi lado y con suavidad enternecedora, tomó mi mano y me contó que al día siguiente de yo haber salido para India,   mi madre había sido internada en gravísimo estado, por una descompostura súbita; que le habían sacado un enorme tumor de la cabeza y que las últimas noticias que ella había recibido eran que, desde entonces, estaba en coma y en realidad (suponía ella), era bastante probable que hubiera muerto…
Sentía como si todo a mí alrededor hubiera explotado. No sabía que hacer… Pensaba:
-          Tendría que ir a sacar un pasaje para regresar ya mismo…
Las comunicaciones en ese entonces no eran, sencillas, ni fluidas, ni baratas.
Cambiar las fechas de los pasajes era aún más difícil y lento.
En primer lugar, pensé, voy a llamar por teléfono, pero habían 8,30 hs. de diferencia con Argentina y era necesario esperar que fuera una hora apropiada. El margen no era muy amplio, pues el locutorio cerraba al mismo tiempo que acababan todas las demás actividades, a las 20 hs.
Por un tiempo habían mudado el pequeño locutorio que tenía el Ashram, al portón más alejado, al noroeste del templo, lejos del centro de todas las reuniones y actividades.
Era de día todavía cuando me dirigí hacia allá y Titi me acompañó. Esperé mi turno nerviosa e impaciente y fue necesario que discara una y otra, y otra vez durante horas. En general la comunicación se interrumpía cuando marcaba el código de Argentina, pero no era más fácil cuando lograba ingresar el código de Mendoza, lugar de residencia de mis padres. Un par de veces conseguí, incluso, marcar el número de la familia, pero para mí desconsuelo, daba ocupado (No sé por qué… ¿Cuántas personas podían estar hablando a esa hora?). Por otra parte, el encargado de controlar todo el movimiento en esa pequeña habitación, sin ventilador y que sólo tenía dos aparatos de teléfono tradicionales, negros, con un marcador numeral redondo y el tubo unido al aparato por un cable no muy largo,  me obligaba cada tanto, a ceder el teléfono a otra persona porque, "ya hacía mucho que yo estaba allí". Me di cuenta que estaba muy ansiosa y que no lograba calmarme. Era un manojo de angustias. Pensaba: ¿Cómo reaccionaría si me avisaban que mi mamá se había muerto? Trataba de mantenerme en control, pero no me salía muy bien…
Intenté relajarme: Inhalar… Exhalar… Inhalar… Mi agitación empezaba a calmarse mientras rogaba así:
-         Swami, permíteme fluir en Tu voluntad. Sea lo que sea que haya pasado no es, ni más ni menos, que eso: Tu voluntad, por lo que no tienen sentido ni mis nervios, ni mi miedo. Es Tu voluntad, me repetía, y deseo que se haga en mí, con aceptación y entrega. No te pido nada… Aceptaré con serenidad lo que sea. Solo te ruego poder recibir una respuesta. ¡Saber que pasó!
Seguía intentando llamar y seguía fracasando todas las veces hasta que con calma, literalmente,  pensé:
-         Señor, dejo TODO en Tus manos.
En ese preciso momento, entró volando una mariposa bastante grande, de color naranja sólido, que revoloteó un poco y se posó (para mi asombro) en el cable del teléfono. Exactamente, en ese instante, se concretaron todos los tramos de tan complicada comunicación. ¡Me atendieron en casa de mis padres! Ellos me contaron que hacía pocos días mi madre había salido del coma, que después de tan seria incursión en su cerebro iba a necesitar un poco de rehabilitación pero que en términos generales estaba muy bien, que se iba a reponer y, si todo seguía así, para el fin de semana le daban el alta. Podría volver a su casa, con cuidados, pero ya en su casa y no… No hacía falta que yo regresara. Lo peor ya había pasado. Solo se esperaba que siguiera adelante con su mejoría.
En el entusiasmo de haber logrado la comunicación perdí de vista a la mariposa naranja, al menos, en ese momento y... ¡Con esa forma! Aún hoy, cuando pienso en "ella", lo hago con un profundo sentimiento de agradecimiento.
Mi madre falleció dos años después, y todos sus hijos estábamos allí para acompañarla en ese momento tan trascendente. Entoné el Gayatri permanentemente, ya fuera a viva voz en el patio del hospital (deseaba que, de pasada, ayudara a otros), o mentalmente, como cuando por última vez ingresé a terapia intensiva para, muy conmovida, poder darle un último beso de despedida.
Años después supe que el médico que la atendió en aquel momento tan crucial de la operación y que (sin dudas), en su momento le salvó la vida, no tenía devoción o práctica espiritual alguna, pero, estaba casado con una seguidora de Sathya Sai Baba y el me contó que, sobre la pared del dormitorio del matrimonio, había una gran, gran foto de Swami, bendiciendo. El mismo me comentó:

-         Si… Allí lo tengo, saludándome cada mañana.

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