domingo, 25 de febrero de 2018

Rendida a Sus pies - 19 -

RELATOS/ SATSANG

Esta historia no va a ser muy larga, aunque hay algo que quiero advertirles. ¿Ustedes ya se han dado cuenta que en presencia de Swami, mis lágrimas brotan con facilidad, no? Hoy no va a ser la excepción.
Si me explayara en el relato debería explicarles acerca de como, o porqué, estaba tan triste en esos días, tan angustiada, deprimida y no quisiera hacer eso, pero así era como me sentía. Triste y deprimida.
Trabajaba en una farmacia, en la caja y fue una de las pocas etapas laborales de mi vida en que sentí que lo que hacía era una tortura, pero era un trabajo y lo necesitaba.
Cada día y cada noche me auto-indagaba y le preguntaba a Swami, cual era la lección que tenía que aprender allí y:
- Por favor, que la aprenda rápido. ¡Porque no lo soporto más!
Fue un tiempo convulsionado para mí y hoy, mirando atrás, me doy cuenta que también tengo que estar agradecida por esos dos años en ese puesto. Les debo un reconocimiento y por difícil que me pareciera entonces, también fue útil. Me sirvió, como mínimo, para identificar claramente cuales eran las cosas que NO quería volver a hacer... ¡Por eso, y/o por todo, gracias!
Volvamos a la historia después de esta catarsis.
Era mediodía y había recibido una horrible noticia.
Lloraba desconsolada, tenía las mejillas y los ojos rojos e hinchados. Moqueaba, sollozaba sin pausa y se hacía la hora de volver al trabajo... ¿En esas condiciones?
Llegué a pensar en dar “parte de enferma” pues, si te duele la cabeza, el oído o el estómago, todos aceptan que estás enferma (¡Ni hablar si lo que padecés es diarrea!) pero si uno llega a decir que lo que te “duele” es el alma o un corazón roto, te mirarán despectivamente, desestimarán tu explicación y te obligarán a volver a tu puesto de trabajo ¿O no?
Así estaba, argumentándome a mí misma, vacilante. Me lavé mucho la cara con agua fría, me pasé hielo (un ratito) sobre los párpados y, a regañadientes, decidí ir a ocupar mi lugar en la caja y cumplir con mi obligación laboral.
Cuando llegué todos preguntaban:
- ¿Qué te pasó?
- Nada... Nada... No me siento bien, nada más.
El intercambio con la gente de a poco me hizo sentir mejor . Me ayudó a “salir” del pozo de angustia y auto compasión.
Venía cumpliendo mi tarea sin altibajos, cuando se acerca a pagar una señora que había conocido muy recientemente en el Centro Sai.
Pertenecía a una familia de esquiadores muy reconocidos en el pueblo y ella, había participado en un par de reuniones de cantos, venía muy sonriente con un paquete en las manos. Nos saludamos, afectuosamente, y me comentó:
- Vengo de la Librería, acabo de comprarme un libro sobre Sai Baba.
Le respondí con un apagado:
- ¡Ah...! ¿Si...? ¿¡Puedo ver...!? Necesito un consejo.
Ella me pasó su reciente adquisición. Vi que era uno de los varios escrito por Howard Murphet, antiguo devoto australiano, donde contaba sus muy tempranas experiencias a los pies de Swami.
Mientras lo sacaba de su envoltorio pensaba:
- Por favor, Baba, ayudame a encontrar una respuesta. Algo que me consuele.
Empecé a hacer correr las páginas, y me detuve abruptamente en una al azar, el primer párrafo que leí decía, literalmente:
“Las únicas lágrimas que merecen ser derramadas, son las lágrimas por Dios.”
¡Oh...! ¿Ustedes lo pueden creer?
Ahora sí, pero en ese momento miraba el libro atónita, paralizada.
No podía (ni quería) explicarle a la dueña del mismo, lo que me pasaba, pero no me resultó nada fácil salir de mi asombro y agradecimiento a Dios.

¡¿No creen que fue una respuesta rápida y contundente!?

- Swami amado, desde entonces he sido mucho más selectiva con las razones por las que vale la pena llorar, si es que aún lo hiciera, pero...
No he podido evitarlo y Vos lo sabés...
Lloré (y todavía lloro) muy, muy, mucho desde que dejaste Tu cuerpo, en Prasanthi Nilayam.
Mi nostalgia va mucho más allá de cualquier explicación racional o posibilidad de consuelo.
Aún extraño, muy hondamente, todo aquello que yo vivía como, auténtica CERCANÍA.
Yo sé (¡De verdad... Lo sé!) que hoy y ahora, estás aquí, Tu Amor por mí es real, palpable, constante y eso me hace muy feliz.
Sin embargo... Cuanto añoro... Cuanto me hace falta tu dulce mirada, tu irresistible sonrisa.
Claramente no estoy “superada”, todo lo contrario. Soy un buen ejemplo de lo que significa vivir sumergida en la Maya. ¿Verdad?
¿Qué puedo hacer? Sigue siendo así. Quizás logre superarlo en mi próxima encarnación, durante la Era Dorada, cerca de Prema...

Swami estás aquí... Tan cierto como el aire que respiro... Tan cierto como la mañana se levanta, tan cierto como que Le hablo y Él me puede oír...”

Con este bhajan empecé hoy mi mañana.

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