sábado, 27 de enero de 2018

Rendida a Sus pies - 2 -

Relatos - Satsang de Silvia

Cuando era niña no existía la televisión, Internet o cosas parecidas. Solo un par de radios y muy de vez en cuando, alguna película eran nuestros “multimedios” de la época.
Desde que aprendí a leer fui una gran devoradora de libros. Cada moneda que conseguía la gastaba en lectura nueva y era mi regalo favorito para Navidad o cumpleaños.
Uno de mis personajes recurrentes (amado y admirado) era “Sandokan, el tigre de la Malasia”. Me apasionaban sus aventuras y me asustaban mucho las referencias a una enigmática y feroz diosa Kali. Creo que hasta pasados los 40 años, eso fue todo lo que supe sobre hinduismo… Pocos, vagos o cuando no, tergiversados datos.
Crecía en el seno de una familia católica practicante y mi padre no veía con buenos ojos que yo indagara en otros tipos de prácticas espirituales (o al menos, así me lo había parecido). Como siempre fui muy obediente, me mantuve leyendo todo tipo de historias, historietas y aventuras, sin profundizar.
Leí lo básico sobre la vida y muerte de Jesús, ya que eso no era lo importante para mí. Sentía por Él y Su Madre, un amor tierno que iluminaba mi alma y que me impulsaba a tratar de practicar, quizás no muy eficazmente, algunas de Sus enseñanzas. Aun así y con todos mis errores, lo experimentaba cada día como mi mejor compañía, esa sensación de amorosa ternura, intangible, pero constante.
No quiero decir que era una santa… Lejos de eso, ya que siempre parecía ser yo el punto focal para todo lo que fuera ‘hacer líos’. No tenía aún 3 años y si alguien preguntaba: “¿Dónde estás Silvita?” Desde donde fuera que estuviera, yo contestaba en media lengua:
-       ¡Acá toy, chendo macanitas!
Esa fue, para siempre, mi mala fama…
Fui creciendo y a los 12 años quería ser monja. En los estudios siempre me incliné por el arte y a los 17 me enamoré, lo pasé mal y lloré. ¡Mucho! A los 24 me enamoré otra vez. Me casé, tuve (tengo) 3 hijos únicos, maravillosos, cada uno extraordinario a su manera y después me divorcié. Hoy, pasados los 70 años con generosidad, me regocijo en el amor de ellos, de mis nietos y también de una bisnieta. No parece una historia muy compleja ¿verdad?
Sin embargo lo fue, sobre todo, una vida muy solitaria hasta que escuché hablar de Sathya Sai Baba por primera vez, a principios de 1986.
Trabajaba y tenía a mi cargo una tienda. Hacía horarios maratónicos, pero ese día estaba enferma en casa, en cama, con mucha fiebre. Nélida Domínguez (más conocida como: Nelly Panizza) llegó para hacerme un poco de compañía y servirme un té.
Debo abrir un paréntesis acá para contarles de mi hermosa amiga Nelly… Es bastante mayor que yo, pero tiene un espíritu juvenil que es la envidia de muchos. Buscadora espiritual incansable, podía sentarse a contarme novedades sobre Ashtar Sheran (comandante de la Federación Galáctica) o quizás su breve experiencias en un templo mormón o, por qué no, su participación en alguna iglesia evangélica y quizás también, su amistad con el Vante, monje budista, a quien ella había conocido en Sri Lanka. Tiene una mente abierta y un alma generosa que la llevó durante los últimos 30/40 años a buscar, incansable, el bien mayor para los demás, pero sobre todo, para los niños abusados, desamparados o más desprotegidos, así es como fue, por ejemplo, la fundadora de la escuela Cailén en el interior de un barrio carenciado, entre muchas otras cosas.
Hace mucho aprendí a escuchar, respetuosamente, cuando Nelly me contaba alguna de sus maravillosas historias, ya fuera sobre avistamientos extraterrestres o enseñanzas de maestros lejanos. No me adhería a todo lo que decía, pero guardaba la información en ‘casilleros de memoria’ y una que otra vez me resultó útil recordarlo.
Dicho esto, volvamos al día que estaba tan enferma y ella llegó. Se sentó muy contenta y sonriendo me contó que la noche anterior, se había encontrado en un restaurante vegetariano con alguien que le había regalado Vibhuti.
- ¿Que te regaló, qué?!
- Vibhuti… Es una ceniza que materializa Sai Baba...!
Y yo, auto-entrenada para no discutirle nada, no pude con mi impulso y casi desorbitada le pregunté:
- ¿¡Cómo que materializa!? ¡Eso no es posible..!
Ella traía en su bolso una vieja revista donde se contaba muy sucintamente la historia de Sathya Sai Baba. Mostraban allí una foto en blanco y negro de un hombre de abundante cabellera oscura, derramando cenizas desde una enorme vasija, mientras esta iba cayendo a raudales, desparramándose por todos lados.
Nelly extendió su mano ofreciéndome un poco del que acababan de obsequiarle mientras me decía:
-      ¡Probalo…! Tiene un sabor a flores… ¿O frutos?   
Yo, obediente como siempre, puse mi dedo índice en ese pequeño paquete de papel, escrito con birome por ambas carillas con signos indescifrables y mientras seguía pensando en llevarlo a mi boca, ese mismo dedo, con autonomía e independencia de mi mente y pensamiento, llevó el Vibhuti hasta mi entrecejo y allí lo dejó. Después lo probé y efectivamente, el sabor era muy agradable pero… Desconcertada y sorprendida, miraba mi mano fijamente mientras pensaba:
-      Por qué hice esto?  
Parece muy simple y sin embargo no lo fue. Mi dedo, de manera autónoma, fue hasta mi frente cuando esa no era mi intención, pero sobre todo, porque jamás había pensado en algo parecido. Esto me obsesionó, ya que no podía dejar de recordar mi gesto. Me abstraía pensando:
-      ¿Por qué… Por qué… Por qué?
Fue tan intenso y conmocionante, que a partir de ese mismo momento decidí buscar, leer, averiguar todo lo que fuera posible sobre Sathya Sai Baba.
Por supuesto, no era tarea sencilla en pleno 1986, viviendo en Bariloche, donde la Internet aún no existía, con muy pocas librerías y donde casi nadie (que yo conociera) había oído hablar sobre Él.
Muy de a poco y solo por Su voluntad, fui juntando datos, conseguí un par de libros, hasta que un día Ugo Baldi (devoto de antigua data), llegó al video club donde yo trabajaba, acarreando una enorme bolsa negra, de consorcio, llena de videocasetes. Todos estaban grabados en un tipo de formato que no se usaba en Argentina, pero Tito Suez había traído de Miami las videocaseteras con la norma apropiada.
Yo, que seguía buscando información, sin prisa pero sin pausa, resolví cerrar el negocio a medio día y quedarme allí, para ver algunas de estas películas sobre Swami (Así le llaman coloquialmente los devotos y estudiantes a Sathya Sai Baba, significa: Maestro). No olviden que estaba muy interesada, pero también muy escéptica.
Imaginen mi sorpresa cuando, en las primeras imágenes vi a Sai Baba, joven aún, caminar con decisión hacia un hombre sentado en un rincón de un patio semicircular, con piso de tierra y, en ese momento, en medio del Darshan (Visión de lo divino), materializó Vibhuti (Ceniza Sagrada) con un enérgico movimiento de Su mano y se lo puso en la frente al emocionado devoto…
-      ¡Por eso!
Pensé yo, al borde de las lágrimas.
-      ¡Por eso llevé mi dedo a la frente!
Me conmovió mucho, pues entendí que era la respuesta a mi pregunta constante: “¿Por qué…?”
Cuando el tiempo pasó y me di cuenta que ese había sido el primer milagro que Swami obró en mí, me emocioné aún más.


¡Gracias Señor! 



Nelly Panizza



Vibuthi Abishekam


Vibuthi de Tus manos, Sathya Sai - 1 -


Vibuthi de Tus manos - 2 -


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