Rendida
a Sus pies - 2 -
Relatos - Satsang de Silvia
Cuando
era niña no existía la televisión, Internet o cosas parecidas. Solo un par de
radios y muy de vez en cuando, alguna película eran nuestros “multimedios” de
la época.
Desde
que aprendí a leer fui una gran devoradora de libros. Cada moneda que conseguía
la gastaba en lectura nueva y era mi regalo favorito para Navidad o cumpleaños.
Uno
de mis personajes recurrentes (amado y admirado) era “Sandokan, el tigre de la
Malasia”. Me apasionaban sus aventuras y me asustaban mucho las referencias a
una enigmática y feroz diosa Kali. Creo que hasta pasados los 40 años, eso fue
todo lo que supe sobre hinduismo… Pocos, vagos o cuando no, tergiversados
datos.
Crecía
en el seno de una familia católica practicante y mi padre no veía con buenos
ojos que yo indagara en otros tipos de prácticas espirituales (o al menos, así
me lo había parecido). Como siempre fui muy obediente, me mantuve leyendo todo tipo de
historias, historietas y aventuras, sin profundizar.
Leí
lo básico sobre la vida y muerte de Jesús, ya que eso no era lo importante para
mí. Sentía por Él y Su Madre, un amor tierno que iluminaba mi alma y que me
impulsaba a tratar de practicar, quizás no muy eficazmente, algunas de Sus
enseñanzas. Aun así y con todos mis errores, lo experimentaba cada día como mi
mejor compañía, esa sensación de amorosa ternura, intangible, pero constante.
No
quiero decir que era una santa… Lejos de eso, ya que siempre parecía ser yo el
punto focal para todo lo que fuera ‘hacer líos’. No tenía aún 3 años y si alguien
preguntaba: “¿Dónde estás Silvita?” Desde donde fuera que estuviera, yo
contestaba en media lengua:
- ¡Acá
toy, chendo macanitas!
Esa
fue, para siempre, mi mala fama…
Fui
creciendo y a los 12 años quería ser monja. En los estudios siempre me incliné
por el arte y a los 17 me enamoré, lo pasé mal y lloré. ¡Mucho! A los 24 me
enamoré otra vez. Me casé, tuve (tengo) 3 hijos únicos, maravillosos, cada uno
extraordinario a su manera y después me divorcié. Hoy, pasados los 70 años con
generosidad, me regocijo en el amor de ellos, de mis nietos y también de una
bisnieta. No parece una historia muy compleja ¿verdad?
Sin
embargo lo fue, sobre todo, una vida muy solitaria hasta que escuché hablar de
Sathya Sai Baba por primera vez, a principios de 1986.
Trabajaba
y tenía a mi cargo una tienda. Hacía horarios maratónicos, pero ese día estaba
enferma en casa, en cama, con mucha fiebre. Nélida Domínguez (más conocida como: Nelly Panizza) llegó para hacerme
un poco de compañía y servirme un té.
Debo
abrir un paréntesis acá para contarles de mi hermosa amiga Nelly… Es bastante
mayor que yo, pero tiene un espíritu juvenil que es la envidia de muchos.
Buscadora espiritual incansable, podía sentarse a contarme novedades sobre
Ashtar Sheran (comandante de la Federación Galáctica) o quizás su breve experiencias
en un templo mormón o, por qué no, su participación en alguna iglesia
evangélica y quizás también, su amistad con el Vante, monje budista, a quien
ella había conocido en Sri Lanka. Tiene una mente abierta y un alma generosa
que la llevó durante los últimos 30/40 años a buscar, incansable, el bien mayor
para los demás, pero sobre todo, para los niños abusados, desamparados o más desprotegidos, así es como fue, por ejemplo, la fundadora de la escuela Cailén en el interior de un barrio carenciado, entre muchas otras cosas.
Hace
mucho aprendí a escuchar, respetuosamente, cuando Nelly me contaba alguna de
sus maravillosas historias, ya fuera sobre avistamientos extraterrestres o
enseñanzas de maestros lejanos. No me adhería a todo lo que decía, pero guardaba
la información en ‘casilleros de memoria’ y una que otra vez me resultó útil
recordarlo.
Dicho
esto, volvamos al día que estaba tan enferma y ella llegó. Se sentó muy
contenta y sonriendo me contó que la noche anterior, se había encontrado en un
restaurante vegetariano con alguien que le había regalado Vibhuti.
-
¿Que te regaló, qué?!
-
Vibhuti… Es una ceniza que materializa Sai Baba...!
Y
yo, auto-entrenada para no discutirle nada, no pude con mi impulso y casi
desorbitada le pregunté:
-
¿¡Cómo que materializa!? ¡Eso no es posible..!
Ella
traía en su bolso una vieja revista donde se contaba muy sucintamente la
historia de Sathya Sai Baba. Mostraban allí una foto en blanco y negro de un
hombre de abundante cabellera oscura, derramando cenizas desde una enorme
vasija, mientras esta iba cayendo a raudales, desparramándose por todos lados.
Nelly
extendió su mano ofreciéndome un poco del que acababan de obsequiarle mientras
me decía:
-
¡Probalo…! Tiene un
sabor a flores… ¿O frutos?
Yo,
obediente como siempre, puse mi dedo índice en ese pequeño paquete de papel,
escrito con birome por ambas carillas con signos indescifrables y mientras
seguía pensando en llevarlo a mi boca, ese mismo dedo, con autonomía e
independencia de mi mente y pensamiento, llevó el Vibhuti hasta mi entrecejo y
allí lo dejó. Después lo probé y efectivamente, el sabor era muy agradable
pero… Desconcertada y sorprendida, miraba mi mano fijamente mientras pensaba:
- Por
qué hice esto?
Parece
muy simple y sin embargo no lo fue. Mi dedo, de manera autónoma, fue hasta mi
frente cuando esa no era mi intención, pero sobre todo, porque jamás había
pensado en algo parecido. Esto me obsesionó, ya que no podía dejar de recordar
mi gesto. Me abstraía pensando:
- ¿Por
qué… Por qué… Por qué?
Fue
tan intenso y conmocionante, que a partir de ese mismo momento decidí buscar,
leer, averiguar todo lo que fuera posible sobre Sathya Sai Baba.
Por
supuesto, no era tarea sencilla en pleno 1986, viviendo en Bariloche, donde la
Internet aún no existía, con muy pocas librerías y donde casi nadie (que yo
conociera) había oído hablar sobre Él.
Muy
de a poco y solo por Su voluntad, fui juntando datos, conseguí un par de libros,
hasta que un día Ugo Baldi (devoto de antigua data), llegó al video club donde
yo trabajaba, acarreando una enorme bolsa negra, de consorcio, llena de
videocasetes. Todos estaban grabados en un tipo de formato que no se usaba en
Argentina, pero Tito Suez había traído de Miami las videocaseteras con la norma
apropiada.
Yo,
que seguía buscando información, sin prisa pero sin pausa, resolví cerrar el
negocio a medio día y quedarme allí, para ver algunas de estas películas sobre
Swami (Así le llaman coloquialmente los devotos y estudiantes a Sathya Sai
Baba, significa: Maestro). No olviden que estaba muy interesada, pero también
muy escéptica.
Imaginen
mi sorpresa cuando, en las primeras imágenes vi a Sai Baba, joven aún, caminar
con decisión hacia un hombre sentado en un rincón de un patio semicircular, con
piso de tierra y, en ese momento, en medio del Darshan (Visión de lo divino),
materializó Vibhuti (Ceniza Sagrada) con un enérgico movimiento de Su mano y se
lo puso en la frente al emocionado devoto…
- ¡Por
eso!
Pensé
yo, al borde de las lágrimas.
- ¡Por
eso llevé mi dedo a la frente!
Me
conmovió mucho, pues entendí que era la respuesta a mi pregunta constante:
“¿Por qué…?”
Cuando
el tiempo pasó y me di cuenta que ese había sido el primer milagro que Swami
obró en mí, me emocioné aún más.
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