- Rendida a Sus pies – 5 –
Desde su Córdoba natal, el Ing. Carlos Bastías acababa de mudarse a Bariloche, para trabajar en una importante empresa pero, llegaba también con un encargo especial: “Abrir el primer Centro Sai en el pueblo”. Todavía hoy se discute sobre si alguien ya lo había intentado antes o no pero, éste
fue el único que prosperó en ese entonces.Con cuidado, nos fue invitando a los que reconocía interesados; fue convocándonos con actitud generosa y amable y, en el living de su casa convertido en pequeño templo, sentados en círculo, lo escuchábamos asombrados contando historias recientes, con lujo de detalles, acerca de Sai Baba, de Su niñez, juventud y vida actual en el Ashram (residencia/convento), situado en un pequeño pueblo llamado Puttaparthi; al sur de la India, donde había nacido Swami y de donde pocas veces se había alejado mucho.
Lentamente el círculo se fue ampliando y ya no solo nos informábamos, empezábamos también, tímidamente, a entonar algunos cantos devocionales y a interiorizarnos en prácticas devocionales más completas, como la meditación. Carlitos nos enseñaba, nos lideraba y fue un maestro muy paciente para con todos nosotros (ignorantes supinos sobre ceremonias, adoraciones, pujas, etc.) y con aquellos que siguieron agregándose al grupo. Lentamente, iba creciendo la cantidad de personas que nos encontrábamos en su casa los jueves y domingos por la noche. Algunos fueron y vinieron, y no regresaron más, pero otros, constantes y perseverantes, tan fascinados como yo por las historias que llegaban a nuestro conocimiento, nos convertimos en participantes activos y así fue como allí, semana a semana fui conociendo a casi todos mis amigos más amados, mis hermanos en Sai, mi Saifamilia.
Eran muchas cosas nuevas para todos pero, de a poco, nos íbamos involucrando e interiorizando en este estilo de práctica devocional, que nos llenaba de calma y sosiego, permitiéndonos descubrir esa Luz interior que iba cambiando nuestras vidas lenta y perseverantemente, paso a paso, motivando nuestro hacer cotidiano.
Iban pasando los años y yo sentía con fuerza, en mi interior, que ese era el camino que quería (necesitaba) recorrer.
A mediados de 1990, por razones totalmente mundanas, estaba muy triste, diría que deprimida, pues, entre otras cosas acababa de quedarme sin trabajo.
Al despertar una mañana, me senté en la cama y, mirando en derredor, pensé:
- Ninguna de las cosas que veo aquí me hacen feliz. (¡Y ESE fue un gran descubrimiento!).
Salí a la calle decidida a vender todo lo que hiciera falta, para poder pagarme un viaje a India y una modesta permanencia.
Eso hice… Vendí televisor, videocasetera, ropas, algunos recuerdos y, cuando junté lo necesario, saqué mi pasaje para India, destino final: Prasanthi Nilayam (Morada de la Paz Suprema) que así se llama el Ashram adonde Swami pasaba la mayor parte del año.
Salí rumbo a Londres el 23 de setiembre; lo recuerdo con tanta precisión, porque el 24 es mi cumpleaños. Llevaba muy pocas cosas. Mi posesión más preciada era un mala (rosario) con la imagen de Sai Baba que lucía con comodidad colgando del cuello. Sabía que tendría muchas horas de espera en el aeropuerto, antes de hacer trasbordo hacia India, entonces escuché a mis vecinos de asiento mencionar que, mientras esperaban la combinación de sus vuelos, tomarían un autobús de dos pisos para conocer Londres y… ¡La idea me encantó!
Estaba sola, no me había comunicado con nadie y pocos sabían de mi viaje. Ignoraba si en el avión habían más argentinos, volando con el mismo destino que yo; recuerden que había decidido mi viaje un poco intempestivamente. Una vez que aterrizamos, saqué un pase diario de Underground para dirigirme hacia la ciudad. Una vez en el tren, me di cuenta que se presentaban varios problemas. Primero: No hablaba ni una palabra de inglés. Bah! Sabía tres o cuatro expresiones básicas pero, ni siquiera las entendía si me las repetían. Segundo: No tenía ni idea de dónde ir. Tercero: No conocía Londres y tampoco había pensado ningún itinerario. Leyendo las estaciones y paradas, con el coche ya en marcha, elegí descender en Picadilly Circus, y porque el nombre me recordaba a los Beatles. Imaginaba, sin ningún asidero, que allí se concentraría todo «el mundanal ruido». Al salir de la estación, un poco desconcertada, descubrí que solo había edificios de paredes blancas con el nombre de algún banco en chapas de bronce ¡Ay! Nunca miré hacia atrás y allí nace (o termina) Regent St. En fin, di la vuelta a la manzana más aburrida de mi vida. Pasaba caminando frente a edificios elegantes y sobrios y en cierto momento me detuve, totalmente perdida, a tomar un café. Logré pedir informes sobre cómo encontrar, en las cercanías, un colectivo de turismo. El amable muchacho que me atendía se esforzó por ayudarme y me guió a dos cuadras de distancia. Allí, efectivamente, encontré el bus, pero la jovencita parada en el primer escalón, impidiendo el ingreso, no era tan amable como el otro chico y no hacía el más mínimo esfuerzo por comprenderme o mostrar simpatía. Yo seguía esforzándome con intención de comprar un boleto pero ya casi me rendía cuando, del primer piso, vi bajar a una señora sonriente que, en un español muy rudimentario me preguntó:
- ¿Dónde quieres ir? Yo hablo un poco de español…
Sonriendo aliviada, le expliqué que quería hacer una excursión para conocer Londres, mientras esperaba mi combinación aérea.
Ella terminó de bajar y cuando vio la imagen de Swami colgando del cuello me dijo:
- ¡Ah, Sai Baba! Yo conozco a Sai Baba, estuve en India, en Su Ashram…
Felizmente sorprendida por la coincidencia, le expliqué que estaba viajando hacia allá. Ella me sugirió, amablemente, que no tomara ese colectivo en particular, porque solo se describían en inglés los puntos de interés.
- Yo tengo que ir hasta otra parada. Te conviene subir allí.
- Sígueme, te ayudaré a llegar.
Resumiendo, hicimos 2 trasbordos de trenes y llegamos al lugar desde donde salían los colectivos con audio-guía en español (exactamente en frente del Museo Tussauds). Mientras íbamos de una estación a la otra, le había contado (entre muchas otras cosas), que era mi cumpleaños. Me guió hasta una banqueta y, súbitamente, apareció con el pasaje, un café y una gran donut, para festejar, según dijo. Me acompaño hasta el 2° piso, me sentó en el mejor de todos los asientos y me dio gratis los auriculares, también me ofreció una tarjeta con su teléfono y dirección, por si llegaba a necesitar ayuda o alojamiento.
Yo balbuceaba desconcertada…
-
Pero si no me conocés…Respondió:
-
La vida me ha enseñado a distinguir a las buenas personas.La abracé, le di las gracias por todo, súbitamente el cielo se despejó y un rayo de sol radiante acarició mi cara, sol que nos acompañó durante toda la excursión y, en Londres, eso no es poca cosa.
Pensaba en ese momento que todo había resultado ser un fantástico agasajo de cumpleaños… ¿No es verdad?
Leyendo las historias de Diane Baskin relatando sus muchos años de devoción y cercanía a Sai Baba, la parte que más me había impactado de su libro era aquella en la que contaba sobre el escepticismo de su esposo, productor y director de cine en Hollywood, que solo la estaba acompañando en uno de sus viajes al Ashram para complacerla pero, estaba dispuesto a pedirle «a ese sujeto» algo que «no pudiera sacar de la manga…»
¡«Ese sujeto» era Swami, y lo que el esposo de Diane iba a pedir era ¡Un arcoíris! (Swami se lo concedió, créanme, vale la pena leer esa historia).
¿Quién no se maravilla con un arcoíris? Yo sí, y a partir de aquella lectura, lo he considerado una especie de conexión instantánea con Dios. Una manifestación Sutil de Su Presencia.
Por eso, cuando al anochecer regresaba muy cansada pero feliz, al aeropuerto de Heathrow en el subterráneo (que no siempre corre bajo tierra), alcancé a divisar desde la ventanilla un enorme arcoíris que abarcaba todo el horizonte y que simbolizaba, para mí, el lazo perfecto que cerraba un día pleno de magia y maravillas, sobre todo porque El Señor me estaba mostrando clara, contundentemente, a cada paso, que Él me estaba cuidando...
¡En el huequito de Sus manos!
¿Cómo no ser feliz?
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