martes, 30 de enero de 2018

Rendida a Sus pies – 6 –

Salir por primera vez del aeropuerto de Bombay constituyó para mí un fuerte shock climático y cultural. Tenía que ir desde el Aeropuerto Internacional al de Cabotaje y tenía las indicaciones precisas para hacerlo.
Tito había viajado un par de años antes y me había sobrecargado de datos y detalles, pero gracias a eso iba sorteando cada escollo, sin mayores dificultades. Lo que no sabía era que, llegar desde la puerta de salida hasta el colectivo que me iba a trasladar, iba a ser una lucha a brazo partido con cada uno de los cientos de changarines  que me querían arrebatar la valija. Transpirando profusamente y defendiéndola, la acarreaba con un poco de dificultad (no tenía rueditas), desconfiando de todos y decidida a no soltarla por nada.
Finalmente, logre hacer todos los trámites con éxito y llegué a Bangalore. Allí tenía que pernoctar una noche y, siempre aferrada a los datos de Tito, llamé a Babú, su remissero de confianza, esperé lo necesario hasta que llegó a buscarme, y como ya estaba oscuro, me dejó instalada en un hotel de 3 estrellas (¡…y una de ellas fugaz!) de su familia. Acordamos que el chofer pasaría a buscarme a las 4 am del día siguiente. Estaba tan cansada que no tenía ánimos para discutir. Moví la cabeza de un lado a otro y me fui a dormir… Varios años después descubrí (en otro viaje), que allí, bambolear suavemente la cabeza de un lado a otro significa: ¡Si!
Estuve lista a las 4 am, pero el auto no llegó hasta una hora después… 
Lección número 1: No son muy atenidos a los horarios estrictos.
Emprendimos el trayecto que yo considero como el más azaroso de mi vida (quizás por la falta de experiencias previas…). El coche iba sorteando mil obstáculos, casi milagrosamente, y cuando digo obstáculos, me refiero a personas, motos, bicicletas, vacas, semáforos rojos, cabras, alguna gallina, camiones, perros y también un par de vías de tren sin barreras (o quizás sí, pero no le importaban). Todos los vehículos tocaban sus bocinas sin piedad, creando una cacofonía desafinada y muy estridente, pero lo peor era que, para mis usos y costumbres… ¡Manejaban “contramano”! En la India se conduce por la izquierda y prever un choque inminente a cada segundo, durante 4 hs. no solo me despabiló, aferrada de lo que podía, cantaba para mí el Gayatri, pues pensaba: “¡Si voy a desencarnar acá, que sea cantándole a Dios”. 
No pasó nada y llegamos a salvo. Después de muchos años hoy me río recordando aquellas primeras experiencias con la cotidianidad hindú, aunque debo contarles, para ser veraz, que en otro viaje, regresando a Puttaparthi desde Whitefield, nuestro auto chocó a otro… No pasó nada, apenas un rayón, pero estuvieron discutiendo y peleando en telugu o kanada (o alguna de las lenguas locales) por más de 5 hs…. Y ahora que lo pienso, esto si fue gracioso. Los choferes de cada vehículo involucrados en el problema no hablaban el mismo idioma, es decir, se gritaban e insultaban pero (excepto por los gestos), no tenían ni idea de lo que se estaban diciendo uno al otro y, la única razón por la que tuvimos que esperar tanto fue, porque necesitaban que viniera: ¡Alguien que los tradujera entre si! Cuando eso por fin sucedió, el encargado de establecer la comunicación y (supuestamente), llegar a un acuerdo, repetía las cosas a los alaridos y tan enojado como los involucrados, hoy lo pienso y me río, pero entonces… Con Yuyi Beringola, la española con la que compartíamos el viaje, les suplicábamos que siguieran, pero, ¡no! tenían que establecer límites y responsabilidades, así, a los gritos!
Volviendo a  ese primer traslado hasta el Ashram, en mi subconsciente había imaginado que llegando a Puttaparthi, en las cercanías de Su presencia, cruzando el primer arco de bienvenida, el aire sería más etéreo, los colores más brillantes, creía que de manera sutil, el “Rayo de la Felicidad” me atravesaría alejando para siempre las tristezas y los dolores. Suponía que todas las personas estarían al borde de la iluminación, casi levitando por las calles y probablemente, los sonidos más armoniosos y bellos producidos por los ángeles armonizarían con nuestra felicidad… Decir que mis expectativas eran delirantemente ingenuas es poco, nada coincidían con lo que iba pasando. Al llegar a destino, el taxista estacionó al lado de la  librería, en el interior del Ashram y al grito de:
-      ¡Hurry… Hurry… Hurry! (¡Rápido… Rápido… Rápido…!)
Nos sacó casi a empujones del auto (tenía “cola de paja” porque sabía que se había retrasado al ir a buscarnos). Todos nos dimos cuenta, los alemanes con los que compartía el coche y yo, que Swami estaba dando Darshan y, los hombres corrieron para un lado y las mujeres hacia el otro, como pudimos, nos acercamos y al menos yo, quedé parada en medio de la senda y el portón que llevaba a Su residencia, estaba del lado de afuera del muro bajo que rodeaba el templo y permanecí absorta mirando la espalda de Swami caminando al rayo del sol, por ese patio de tierra, donde varios miles de personas, sentadas en el piso, en profundo silencio lo veían alejarse hacia la sala de entrevistas. Él subió los 3 escalones hacia la veranda y yo, seguía allí, paralizada como una estatua, mi corazón latía más fuerte mientras pensaba:
-      ¡Llegué… Llegué, Swami, llegué!
En ese momento, Baba se detuvo. Giró sobre Sí mismo y mientras se balanceaba muy suavemente, de un lado a otro, a la distancia, quedamos mirándonos a los ojos por unos segundos eternos. No me sentía capaz de reaccionar hasta que una seva, tironeando bruscamente de mi camisola larga me obligó a sentarme. Swami siguió Su camino y dejé de verlo cuando entró en el templo. Recién ahí, reaccioné y me di cuenta que las lágrimas corrían por mi rostro, mientras una gran sonrisa contradecía mi llanto.
Estaba muy impactada y mientras la gente empezaba a dispersarse, yo seguí parada allí, sonriendo tontamente. Así me encontró el hijo de una amiga/devota que conocía de Bariloche. Me saludó con alegría y juntos esperamos que su mamá se nos uniera. Amorosamente, ella hizo casi todos los trámites para mi ingreso (yo no tenía ni mínima idea de por dónde empezar), esto me permitiría alojarme dentro del Ashram a un precio por demás módico. Ella también contactó a un par de argentinas que estaban obligadas a agregar otro huésped en su room (habitación) o debían dejarla. Me aceptaron y entre todos ayudaron a subir el equipaje, un colchón y unas sábanas hasta el 3 piso del Round 4, donde quedaría alojada esta primera vez.

¡Qué joven era!… Habré subido y bajado esos tres pisos mil veces por día y no recuerdo que me costara tanto...

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